diagnosticada...¡por fin!

continuación de...haciendo memoria

Esa misma tarde ya estaba volando rumbo a Lima con mi mamá. El vuelo duró como hora y media (más o menos), pero para mi fue interminable. Creo que hasta el día de hoy (y miren que han pasado, nada más y nada menos que, 30 años) ha sido el peor viaje que he experimentado por lo aires. Además, de sentirme "literalmente" enferma, empecé a no poder respirar en el avión. Esa sensación me desesperaba y sentía que me ahogaba y mi mamá ya no sabía cómo ayudarme. Recuerdo que le pidió a la azafata servilletas o pañuelos de papel para ver si de esa forma me calmaba el tema de la nariz. Recuerdo muy bien ese pedido porque la señorita iba y venía y nada de servilletas. 

Sospecho que en ese entonces la calidad del servicio no era un tema primordial para las aerolíneas, ya que eran casi un monopolio, ups!. Pero sigamos...



Hasta que nuevamente la azafata volvió a pasar por nuestros asientos y mi mamá le hizo el pedido por enésima vez (muy cordialmente, eso sí) y nos trajo casi un paquete entero de servilletas (NO muy cordialmente). ¿Cómo es la mente, no? recordar algo así de una forma tan detallada es casi imposible a esa edad. Pero les aseguro que esa sensación de falta de aire y que no sólo se me iban resecando las palmas de las manos sino todo el cuerpo, no se olvida así por así. Sentía que me estaba deshidratando, osea que de ser una uva (y no me refiero a la forma cuasi redondeada porque estaba más consumida que perrito callejero) en ese vuelo me convertí en una pasa (figurativamente hablando, claro). Hasta que por fin, el avión aterrizó en Lima. Un poco más y salgo corriendo por la puerta con tal de respirar algo de aire de verdad. Aquí hago un pequeño paréntesis: en aquella época no existían las mangas que hoy en día colocan y permiten que uno salga directo de la puerta del avión a las instalaciones del aeropuerto. En aquel entonces, uno bajaba las escaleras del avión y caminaba en plena pista de aterrizaje hasta entrar a las instalaciones del aeropuerto al que había llegado.

Mis abuelitos estaban esperándonos y, por lo que me cuenta mi mami, se sorprendieron al verme tan apagada, demacrada y delgada. De frente nos fuimos al consultorio del médico con el que habían sacado una cita (un pediatra, obviamente). Cuando llegamos y mi mami dio todos los síntomas, el doctor, sin ninguna prueba de sangre ni nada, le adelantó a mi mamá que podía tener DIABETES, pero necesitaba hacerme las pruebas correspondientes en la clínica al día siguiente. Mi mami no tenía idea de qué significaba tener diabetes. Esa noche habló por teléfono con mi papá y le comentó lo que había dicho el médico. Ambos estaban en shock y peor estando separados geográficamente, en ese momento. Mi hermana terminó de dar sus exámenes en el colegio y al día siguiente viajó con mi papá a Lima. Cuando ellos llegaron, ya estaba internada en la clínica y diagnosticada con diabetes mellitus insulino dependiente, juvenil o tipo 1 (como se le llamaba en aquel entonces). Creo que dentro de todo, mis papás, abuelitos y familia en general estaban tranquilos de que fuera diagnosticada...¡por fin! después de más de un mes sin que níngún médico pudiera decirme qué tenía. Pero por otro lado, estaban totalmente confundidos, angustiados y sin saber qué hacer cuando les dijeron que me tenían que inyectar una hormona llamada insulina (en aquel entonces sólo existía la insulina porcina o bovina) y que así iba a ser el resto de mi vida. Además de no poder comer dulces y tener que llevar una dieta estricta. Si ellos estaban confundidos, imaginen cómo estaba yo, pues no entendía nada de lo que me estaba pasando en esa clínica.

Gracias a Dios no llegué a un coma diabético, pero llegué a un momento en mi corta vida que tuve que asumir que tenía una enfermedad incurable (hasta el día de hoy sigue siendo así), que una enfermera iba a ir todas las mañanas a mi cuarto a colocarme una inyección y que luego lo harían mis papás cuando ya estuviera en casa (y ellos ya hubieran aprendido a hacerlo). Que no iba a poder comer dulces nunca más y que encima iba a tener que acostumbrarme a una dieta estricta.

Lo increíble es que en ese entonces asumí responsablemente mi enfermedad y todo lo que implicaba mi salud ...y eso para una niña de 5 años 11 meses no es nada fácil. Pero no sólo cambió radicalmente mi vida, sino que hice que la vida de mis papás y mi hermana diera un vuelco al tener que mudarnos a Lima a vivir y a empezar de nuevo, gracias a Dios con la ayuda de mis abuelitos. Creo que el cambiarle la vida a mi familia fue lo que más me dolió (además de las inyecciones, ¡obvio!).

Esa vida antes del diagnóstico quizá era perfecta para mi porque no suponía médicos, inyecciones, controles, clínicas, cambiar de colegio a medio año, alejarme de mis amigos y tantos cambios en tan poco tiempo. Es por ello que para mi sí existió un antes, que quizá no era tan ideal y perfecto como pensaba, y un después que no pedí y que ha hecho que durante muchos años - de vez en cuando y de cuando en vez - me pregunte ¿por qué a mí? (para qué negarlo).

Comentarios

  1. Gracias por compartir con nosotros Cathy, para conocer mas y tambien cuidarnos, un abrazo!
    Isa

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    Respuestas
    1. De nada Isa, para mi es importante poder compartir mis experiencias (buenas y no tan buenas) con todos para que asi sepan que es en realidad la diabetes y como se convive con ella, pero sobre todo que esten informados. besos.

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  2. A todos nos ayudó a madurar en nuestra responsabilidad. Mucho más a tus padres y hermana. Gracias a Dios, hoy puedes describir tan bien tu experiencia, que creo ayudará a muchos.

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